Apenas una hora antes me había enterado de que se había
puesto mal; estaba en la oficina y me negaba a creerlo… no acertaba a hacer
nada y ocupaba mi mente en algún asunto urgente; pero ya no pude más y me salí de
prisa. Llegué sin aliento al hospital después de correr muchas cuadras, y me
recibió llorando mi sobrina Mireya. Me decía que ya se nos había ido, pero yo
me resistía a creerlo… me sentí súbitamente abandonado, enojado, herido,
impotente. Mi hermano Juan la había acompañado en la ambulancia, y me dijo que
ya no podía verla. ¿Cómo que no?, grité, ¿Por qué no?
El esposo de Mireya, sin hablar, me condujo hacia donde
estaba mi hermana. “Ahí está”, musitó señalando detrás de una cortina. Y yo me
asomé. Una enfermera retiraba el equipo médico con el que habían intentado
prolongar su vida. De un vistazo comprendí que inevitablemente la había perdido,
no quise ver su desnudez y me retiré llorando.
Su partida repentina fue un golpe muy duro para todos los hermanos,
intentábamos consolarnos unos a otros, abrazándonos, compartiendo nuestro dolor.
Pasaba el tiempo y no podíamos creerlo, nos negábamos a creerlo.
Me ha dolido mucho, pues ella fue mi segunda mamá, pero poco
a poco he ido sanando gracias a que prefiero acordarme de sus enseñanzas, de
todos los momentos buenos que pasamos, de su fuerza, de su amor, de la
dedicación inflexible con la que cuidó a mi mamá los últimos cinco años de su
vida.
Tengo la satisfacción de haber sido un buen hermano y un
buen hijo para ella, pero de pronto pienso en todas las cosas que me faltaron
por hacer o por decir. Quisiera haberle dicho lo importante que era para mí, lo
mucho que significaba su apoyo incondicional. Quisiera haberle dicho lo mucho
que admiraba porque es la única persona que conozco que hizo siempre lo que
quiso y la opinión de los demás verdaderamente, literalmente la tenía sin
cuidado: simplemente no existía.
Muchos domingos, cuando iba a visitarlas a ella y a mamá, me
recibía con una efusividad que me hacía sentir incómodo, nunca atinaba a
comprender por qué le causa tanta alegría verme. Me decía “mi güero precioso” ,
me abrazaba muy fuerte y me plantaba besos en las mejillas. Ay, si no hubiera
sido yo tan seco… ay, si hubiera sabido responderle con la misma efusividad…
Pero ella, tan humilde, tan comprensiva, nunca me hizo reproche alguno.
Ella fue la acompañante fiel de mi mamá, y por ello, siempre
era invitada a cuanto lugar llevábamos a mamá: piñatas, paseos, fiestas,
celebraciones. Yo pensaba mucho en esto
y decidí que quería invitarla a comer, pero a ella sola. Le di largas, yo mismo
no sabía cómo decirlo, pero finalmente la invité y ella se sorprendió mucho.
Mi hermana mayor, 17 años más grande que yo, parecía una
niña… preguntándome emocionada a dónde sería bueno ir. Y le dije que a donde hubiera
la comida que más le gustara. “¡Mariscos!”, respondió, así que la llevé a La
Haya, un lugar donde sirven muy buena comida. Los dos disfrutamos mucho esa
comida, pero creo que la disfruté más
yo, por la satisfacción de haberla hecho feliz. Sé que el “hubiera” no existe,
pero qué bueno sería haber repetido esa experiencia muchas veces más.
Carmen adoraba a todos, todos los niños, y siempre se ponía
a jugar con ellos, los besaba, los cargaba “a caballito”, se sentaba en el piso
con ellos, hacía maromas, muecas, voces… algunas veces nosotros sus hermanos nos
avergonzábamos, por esa estúpida esclavitud del “qué dirán”… pero
afortunadamente a ella le importaba un rábano, y aunque había quien le dijera
que se comportara “de acuerdo a su edad”, ella se ponía seria un rato y luego
volvía a hacer lo mismo. Ahora comprendo que ella misma nunca dejó de ser una
niña, nunca, nunca dejó de ser feliz. Pobres nosotros, que nunca alcanzamos a
comprender su grandeza, disfrazada de humildad.
Mi hermana Carmen siempre fue una parlanchina sin remedio,
que hablaba con todo mundo: con el chofer del camión, los vecinos, la gente que
hacía fila junto a ella en la clínica o cualquier otro lugar, con el cartero,
la señora de la tienda. A todos trataba con cariño, verdaderamente nunca
recuerdo haber visto que tratara mal a alguien. ¿Cómo haría para que todo el
mundo le cayera bien? Eso quiero aprender. Por ese carisma fue que hubo tanta
gente en su velorio, tantos niños llorando, tantos hombres y mujeres que
también fueron niños y disfrutaron de sus mimos y sus besos.
Yo tengo un gran tesoro de recuerdos, podría escribir miles
y miles de palabras y no acabaría de describir todas sus acciones de amor. Yo
fui uno de sus niños queridos, lo sé. Todavía hasta hace unos pocos días, aunque ya me acerco
a la cincuentena, ella me seguía viendo como “su niño” porque verdaderamente me veía con los ojos de su amoroso corazón.
Hasta pronto, Carmen, mi hermana, mi confidente, mi
cómplice, mi heroína, mi segunda mamá.
Cari, siento tu perdida, por el post anterior creí que todo iba bien y que disfrutabas de su compañia aún... la verdad no se que decirte, solo que stoy contigo y oro para estes bien y seguro ella está en ese lugar mejor, liberada de este mundo tan como es.
ResponderBorrarRecibe de luz. abrazos fuertes.
Muchas gracias por tus palabras, Álvaro, ha sido una pérdida muy grande y su partida fue repentina y dolorosa para nosotros, pero queda la satisfacción de que ahora ella está en un mejor lugar y que al honrar su recuerdo tenemos un gran ejemplo a seguir.
BorrarQuerido Tino,
ResponderBorrarDejé un comentario aquí antes de que te mandé un WhatsApp. No sé porqué disapreció, pero lo escribo de nuevo.
Lo siento mucho mucho muchisimo el fallecimiento de Carmen. Debe ser un golpe muy fuerte, para ti y para tu familia. Te mando mi mayor pésame.
Que Carmen descanse en paz.
Un fuerte abrazote, amigo mío.
Kim
Hola, Kim, agradezco mucho tus palabras cariñosas, en estos momentos tan duros es un gran consuelo contar con la presencia y el abrazo de un amigo, y a veces aunque ese amigo no está cerca, sus palabras llegan al corazón y es igual que si estuviera aquí. Me da gusto que por esas cosas del destino hayas podido conocer muy brevemente a Carmen y que hayan intercambiado saludos y unas cuantas palabras: ¡ella fue una mujer excepcional! Hasta pronto, amigo.
BorrarTino, te mando mis más sinceros pésames. Espero que tú y tu familia durante este tiempo tan difícil encuentren consuelo en todas las memorias bonitas de tu hermana.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo,
Bill
Bill, muchas gracias de verdad... ciertamente, mi familia y yo encontramos consuelo acordándonos de todas sus bromas, de tantos momentos que compartimos juntos, de la alegría que siempre reflejaba, de su cariño incondicional para todos, de sus juegos con los niños... ella siempre tuvo un corazón de niña y nos dio mucho, mucho amor. Ahora sabemos que descansa en paz. Saludos.
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