martes, noviembre 04, 2008

La Cantina

"...que me sirvan otro trago, cantinero yo los pago, pa' calmar este sufrir..." / Lola Beltrán / "Soy Infeliz".

Sólo unos cuantos días de no revisar mi correo electrónico y lo encontré saturado. Dejé para el último el que enviaba mi prospecto de cliente de servicios de traducción. Mientras despachaba los demás, sonreía anticipando lo que leería: Estimado Señor, favor de iniciar el trabajo inmediatamente, lo necesitamos de urgencia.
Nada de eso. En realidad se disculpaba porque siempre no requerirían mis servicios, ya que habían decidido hacer el trabajo ellos mismos. Me quedé de piedra. Enojado. Abatido. Desesperado. Si bien no había garantía de que lo aprobarían, yo ya lo había dado por hecho y hasta había hecho planes para el dinero que recibiría en pago. Justamente como la lechera y el cántaro de leche que llevaba en la cabeza.
Esto incidió fuertemente sobre mi ánimo. Sé que finalmente uno tiene que sobreponerse a los hechos, a los planes que no resultan, pero lo que es a mí me cuesta un trabajo enorme.
Así que al salir del trabajo ya sabía que no iría directamente a casa.
Con mal disimulada timidez, por ser un neófito en estos menesteres, entré a la cantina. Las pocas mesas estaban todas ocupadas, así que me paré junto a la barra y pedí una cerveza a la gorda pelirroja encargada del lugar.
Empecé a observar a los parroquianos. Pude darme cuenta de que algunos de ellos llegaban, pedían una cerveza que bebían apresuradamente, acaso dos, y se retiraban. Otros disfrutaban la plática con algún amigo, dando cuenta de varias botellas, entre risotadas y humo de cigarro.
En una mesa había un sujeto, solo, que a decir por sus ademanes y su expresión alegre, disfrutaba mucho las canciones de la radiola, que acompañaba con fuertes silbidos.
Desde mi rincón en un extremo de la barra, yo me mantenía apartado y disfrutaba en silencio mi cerveza Victoria. No planeaba hacer amigos ni ponerme a conversar, pero en eso llegó un cliente y se puso a hacer comentarios sobre sus zapatos, que estaban empolvados.
Decididamente él sí quería platicar, pues en pocos minutos supe que estaba sediento y desde hacía varias horas estaba esperando el momento de tomarse una cerveza, que era chofer de un camión urbano, que tenía una novia cuyo papá era policía, que había tenido trabajos como repartidor de pizzas y que vivía en García.
Al terminar su segunda cerveza, fue al baño y de regreso al pasar junto a mí balbuceó algo que no pude entender y se encaminó a la salida. Se fue sin más, en medio de una plática, sin despedida de por medio. Desconcertante.
Pedí "la del estribo", y apenas había dado el primer trago escuché que dos hombres que estaban enseguida de mí empezaban a discutir con voces que iban subiendo de tono. Aparentemente no se ponían de acuerdo sobre un equipo de futbol y de ahí pasaron a criticar sus respectivas formas de gastar el dinero.
Inmediatamente recordé los pleitos de cantina, como en las viejas películas, en donde dos necios empiezas a discutir y luego se hace un caos general en el que todo mundo participa, vuelan las botellas, ruidos de sillazos directos a la cabeza.
Es por eso que nunca me ha llamado la atención asistir a cantinas, cabarets, etc. Lo bueno es que estoy muy cerca de la salida, por si hay que salir corriendo, pensé.
No fue necesario. Uno de los dos hombres tuvo más cordura y dijo al otro que mejor ahí terminaran la discusión y que cada quien "pintara su raya". El otro siguió balbuceando por lo bajo, pero finalmente cerró el pico y empezó una nueva plática con otro parroquiano.
Terminé mi cerveza en paz y salí. La tristeza no se fue, sino que me acompañó de regreso durante todo el trayecto y un poco más. Más tarde se esfumó, qué ganas de que no vuelva jamás, pero parece que está obstinada en acompañarme siempre.

1 comentario:

  1. no te pongas triste ,cuando se cierra una puerta se habren dos mas, echale ganas ,saludos bye

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