miércoles, febrero 04, 2009

Villanueva Ayer y Hoy


Villanueva, Zacatecas, la tierra donde mi padre nació, es actualmente objeto de atención a nivel nacional por el ambiente de psicosis que viven sus habitantes ante la ola de secuestros. Aparentemente la delincuencia organizada ha sentado sus reales en esta población, y los cuerpos policiacos o están coludidos o nada pueden hacer para proteger al pueblo.
Desde finales del año pasado, grupos de villanovenses habían estado organizando bloqueos de la carretera que conduce a Guadalajara, con objeto de llamar la atención y solicitar la presencia del ejército. El más reciente bloqueo tuvo lugar el 24 de enero, y en respuesta el Ejército Mexicano envió a elementos de la Undécima Zona Militar para tomar el control de la policia del municipio de Villanueva, desarmando a sus 50 efectivos.
Sin embargo, esto parece no amedrentar a los delincuentes, pues apenas ayer, el director de la policía municipal, Rómulo Madrid Olave, fue asesinado al salir de su domicilio por un grupo de hombres armados que, por supuesto, no ha sido identificado, mucho menos aprehendido.
Entre mis recuerdos infantiles, guardo con mucho cariño las imágenes de este pueblo encantador, con sus calles empedradas, su mercado, el sol que cae a plomo, la paredes heladas en la sombra, el aire oliendo a campo y a corrales de vacas.
Tendría yo unos 3 años cuando mi padre fue de visita a su tierra, en el mes de septiembre. Dicen que un día salió de la casa de su padre para dar un paseo por la orilla del río, y que poco después se vino una fuerte lluvia. Para protegerse del agua se guareció bajo un barranco, pero desafortunadamente éste no resistió tanta humedad y se desgajó, quedando mi padre sepultado.
Mi abuelo tardó un par de días en encontrar su cuerpo. Era urgente darle sepultura, así que llamóa a mi mamá y le dijo que se fuera de inmediato para allá. Muy apenas alcanzó a llegar mi mamá, quién sabe cómo le haría para cargarnos a todos, sus 10 hijos. A Monterrey solamente regresamos 9, ya que mi hermano Alejandro se quedó a vivir con mi abuelo durante unos tres años, aproximadamente.
A la edad de 8 años volví a visitar Villanueva, y no se me olvida que se me partieron las orejas por la acción de los vientos helados y el sol tan picoso. Ah, cómo me dolían. La casa de mi abuelo era grande y fresca; recuerdo el cuarto donde se guardaba el maíz desgranado y también el fogón de la cocina.
En el autobús que ronroneaba estacionado en la pequeña central, calentando motores para nuestro regreso a Monterrey, subió mi abuelo Juan para decirnos adiós. A mí me preguntó que a qué año iba a pasar en la escuela, y recuerdo que no pude contestarle pues me ahogaba la emoción de la despedida; quién sabe si presintiera que era la última vez que lo vería.
Ya de adulto he ido apenas unas dos o tres veces. En una ocasión, en 1985, me encontré ahí con mi tío Félix, quien venía desde el DF junto con mi sobrino Enrique Israel, entonces de unos 8 años. Cómo recuerdo la alegría que sentía cuando mi tío me llevaba por las calles, presentándome con sus viejos conocidos como el hijo de Tino. Al oír el nombre de mi padre, la expresión de esos hombres sencillos mostraba respeto y un profundo cariño.
Al término de ese corto viaje me traje a Enrique a Monterrey. Aquí fui su joven tutor, y pocos meses después se vinieron sus papás y sus hermanos. Después del sismo, el DF ya no era un buen lugar para vivir.
Tengo muchas ganas de volver a Villanueva, Zacatecas, y quizá este año sí lo haga. Volveré a recorrer sus calles, probar sus guisos en el mercado, oler su aire limpio, admirar las ruinas de Chicomostoc y visitar la tumba de mi padre.

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