jueves, septiembre 16, 2010

A Toda Asta


Hoy 16 de septiembre amaneció con un sol esplendoroso, y ya desde temprano se podía adivinar que iba a hacer un calor muy fuerte, más propio de julio o agosto. Y como decididamente tengo mejor ánimo cuando es de día, me apuré para salir de casa y disfrutar al máximo este día de asueto.
Me reuní con un compañero y nos fuimos al centro. Estábamos un rato curioseando en el departamento de deportes de Liverpool, cuando de pronto a nuestro alrededor se hizo un silencio casi total. Se trataba de un grupo de soldados, apostados entre las bicicletas, la mochilas y la ropa deportiva.
Con las armas bien visibles, vigilaban hacia todos los puntos posibles. Empecé a sentir cierta incomodidad, al no saber la razón de tal despliegue. Nunca la supe, en realidad. Pero por lo que pude ver, deduje que sólo se trataba de un militar de alto rango que acudió a comprar algo y se hizo acompañar de sus subalternos.
Dedidí salirme. Al cabo ni quería comprar nada. Afuera de la tienda, tres o cuatro vehículos militares llamaban la atención de los transeúntes.
Mi compañero y yo pasamos a recoger a Mr. Choy, quien está de visita en la empresa, y a su novia, la doctora Mei; él canadiense de padres coreanos y ella norteamericana de padres chinos.
En lugar de llevarlos a un restaurante de esos a los que van los turistas, decidimos invitarlos a uno que está en pleno centro de la ciudad, y esto les agradó mucho porque, además de disfrutar una deliciosa comida a base de mariscos, se dieron gusto observando escenas cotidianas del verdadero Monterrey.
Como dice Mr. Choy, cuando viajan solamente conocen muy bien el hotel, la oficina que visitan y alguno que otro restaurante. Así que estuvieron muy felices, y como buenos asiáticos tomaron muchas fotos.
Y como querían algo local, pues qué mejor que llevarlos al típico Mercado Juárez, donde admiraron los puestos de cabrito, los restaurantes populares, las florerías, las hierberías y las piñatas, hasta compraron un poco de chile cambray en polvo.
Enseguida nos dirigimos al Obispado, edificio que se encuentra en lo alto de un cerro. A un lado, en el mirador, una gigantesca, hermosa bandera mexicana ondeaba al viento con toda su gloria. Desde aquí se aprecia una vista panorámica de todos los puntos de mi ciudad. Fue un paseo que disfrutamos mucho, pero el calor era muy fuerte y los rayos del sol quemaban, así que tuvimos que llevarlos de regreso a su hotel porque ya se habían cansado mucho. Pero lo bailado quién se los quita.

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