lunes, junio 30, 2008

Hasta pronto, Don Pepe

Don Pepe falleció el sábado pasado, luego de casi un par de años de la muerte de Esther su esposa. Ambos fueron personajes principales en mi niñez, a quienes conocí cuando llegamos a vivir al 719 de la calle Chihuahua, en la popular colonia Independencia, por el año de 1970 ó 1971. Ellos tenían el estanquillo de la acera de enfrente, así que todos los días iba a comprar algo.
Recuerdo a Esther con su piel muy blanca y sus ojos azules clarísimos, con los labios siempre bien pintados de un color rojo intenso o un rosa igualmente fuerte. Siempre con anteojos. De sonrisa fácil y buen trato, paciente con los niños, aunque de vez en algunos la hacían enojar.
Don Pepe, con sus pantalones flojos, sus huaraches, su blanca camiseta eterna. Cuando iba a la tienda me tardaba horas observando todos los dulces que había en la vitrina, pero don Pepe era impaciente y me apuraba para que me decidiera rápido y le dijera lo qué quería. Ah, y que no se me ocurriera cambiar de opinión porque se molestaba mucho. A Mónica también la apresuraba, llamándola "güerinche" y otras cosas. Nos regañaba si nos colgábamos del mostrador, y nos mandaba a "columpiarse del huizache de su abuela".
Pero como nosotros fuimos unos niños muy traviesos, inventamos maneras para vengarnos de lo que considerábamos su tiranía de adulto... cuántos corajes le hicimos pasar. A veces pedíamos algo y cuando él lo sacaba de la vitrina o lo traía de la trastienda, Mónica y yo nos alejábamos corriendo muertos de la risa. Otras veces escupíamos el vidrio del mostrador, dejando a don Pepe hecho una furia. O lo arremedábamos, o hacíamos chistes y salíamos corriendo como bólidos. Al fin que él no podía perseguirnos para no dejar la tienda sola.
Don Pepe era muy ahorrativo. En aquel entonces las sodas las enfriaba en una hielera llena de agua, la cual desconectaba de la luz casi todo el tiempo, por lo que las sodas estaban solamente frescas. Hasta que Carlos Lara puso su flamante Depósito Charlie en nuestra misma cuadra, en la esquina de Chihuahua y Castelar. Ahí sí que estaban heladas las sodas, y creo que don Pepe perdió varios clientes a causa de esto. Por cierto, recuerdo la decoración moderna del Depósito Charlie, con varios pósters de Farraw Fawcett, actriz que en aquel entonces era famosa.
Fuimos creciendo y haciéndonos niños más respetuosos, luego jóvenes y luego adultos. Ahora ya platicábamos con don Pepe y doña Esther muy formales y respetuosos, y ellos jamás nos reprocharon esos pleitos y travesuras de nuestra niñez. Con su silencio nos enseñaron que todo eso había quedado en el pasado que no volverá, junto con ese niño descalzo y despeinado, dientón y siempre sonriente, y aquella niña rubia y hermosa, con su vestidito sucio de tanto jugar y correr.
Un buen día don Pepe y doña Esther se mudaron a la vuelta de la esquina, todavía muy cerca, pero con ello se fue para siempre la tradición de la tienda de enfrente. Aún estando tan cerca, ya no íbamos a comprar allí. Había otras tiendas más surtidas, como la de don Pilo, en Baja California y Castelar. Además, inevitablemente crecimos y ya no necesitábamos ir tan seguido a comprar dulces a la tienda, nuestros hábitos cambiaron.
Don Pepe y doña Esther continuaron con su estanquillo contra viento y marea, haciendo caso omiso de las grandes super tiendas que llegaron a Monterrey, de la modernidad. No ampliaron su línea de productos, siguieron siempre fieles a la venta de refrescos, dulces, pan, tostadas con chile, sodas y algunos cuantos productos más. A últimos años su hijo Pepe les decía que ya cerraran la tienda y se dedicaran a descansar, pero ellos simplemente no podían hacer eso. Continuaron así, haciéndose viejos pero siempre juntos.
La primera en partir fue doña Esther; últimamente se mareaba mucho y no era infrecuente que perdiera el equilibrio. Cuando quedó solo, Don Pepe nunca aceptó el ofrecimiento de mudarse a la casa de su hijo, a pesar de la insistencia de éste.
Así que en vista de su negativa, Pepe repartía su tiempo entre la casa de su padre y en la suya propia, con Maribel su esposa y sus dos hijos.
Pasó el tiempo y Don Pepe ya no pudo más con sus padecimientos, y en la última semana decidió dejar de luchar. Ahora ya está nuevamente haciendo compañía a doña Esther, la mujer de su vida. Hasta pronto, don Pepe, gracias por perdonar mis travesuras y groserías de niño, nunca le olvidaré.

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