viernes, julio 04, 2008

Monólogo de Florentino Viendo Llover en Santa Tiburcia


Los seguidores de Gabriel García Márquez sabrán que este título lo pongo en recuerdo del cuento "Monólogo de Isabel Viendo Llover en Macondo". Esta frase me vino a la mente hoy, al despertar y darme cuenta de que durante la noche cayó una lluvia, por fin, en Santa Catarina. Esto me dio mucho gusto, porque ya fueron muchos días de sequía y calor, y esta agua del cielo viene a refrescar. En las últimas semanas, algunos días que anunciaban lluvia en la tele me ponía a observar las nubes con la esperanza de que se dejara caer un buen chaparrón, pero nada.
En la fresca mañana, casi me dejo convencer por el deseo de permanecer un poco más de tiempo en la cama, pero firme cual soldado me levanté de un salto y preparé a los perros para nuestro pequeño paseo en el parque; el único renuente fue Bimbo, hubiera querido quedarse en la cama y no mojarse sus patitas.
Creo que desde siempre me ha encantado la lluvia, y no me importa que en esta ciudad una lluvia insignificante provoque inundaciones debido a las alcantarillas tapadas por la basura o las calles y casas construidas sobre antiguos arroyos y canales, ni que haya muchos choques debido a que las calles están resbaladizas, ni que a consecuencia de todo ello el tránsito se desquicie.
No, a mi me gusta sentir la lluvia en la cara, sentir el viento fresco y mojado en todo mi cuerpo. No me enoja mojarme los zapatos en algún charco, porque mi estado de ánimo es muy alegre cuando llueve. No hay nada que me guste más que estar ya acostado en mi cama por la noche, de preferencia junto a una ventana, e irme quedando dormido mientras afuera se desata un tremendo aguacero con truenos y rayos incluidos.
Asocio la lluvia con momentos felices en mi niñez, desayunando pan tostado en la vieja cocina con techo de lámina. Mi mamá de buen humor, sin regañarme por nada. Creo que la lluvia predispone a la gente a compartir la mesa, platicar mientras se disfuta un chocolate caliente o un café con pan. Por eso se siente muy bonito estar en un restaurante, comiendo algo delicioso, guarecidos de la lluvia que se observa a través de los ventanales.
La lluvia me hace recordar mi primer día de clases. Nadie me dijo de qué se trataba, nadie me preparó. Ni siquiera había pasado por la transición del "kínder", porque antes eso no era tan común ni mucho menos obligatorio. Un buen día mis hermanas me bañaron y me pusieron ropa bonita; pensé que íbamos a salir de paseo y no pregunté nada cuando Lola me llevó a unas pocas cuadras de la casa. Entramos a la escuela, donde una señorita apuntó mi nombre en una libreta, luego hizo salir a mi hermana y cerró la puerta que en esos años me parecía enorme. Inmediatamente empecé a dar alaridos, pidiendo que me dejaran salir para regresar con mi hermana.
Lola se quedó tras la puerta, y yo la veía a través de la celosía; no me decía nada pero en su cara seria yo entendí que le daba tristeza verme así pero no podía hacer nada al respecto. No sé muy bien qué pasó después, sólo recuerdo que nos llevaron a uno de los salones y yo estuve toda la tarde llorando y pensando, sin hacer el menor caso a lo que decía la maestra, observando a través de la puerta las pequeñas ondas que producían las gruesas gotas de lluvia al caer sobre el patio inundado.
Cuando yo tenía unos 11 años, mi hermana Carmen dejó la casa de mamá para irse a vivir a su propia casa junto con Mireya su hija. Yo estaba tan apegado a ella que me empeñé en mudarme junto con ella, y lo conseguí después de mucho rogarle a mamá que me dejara ir. Recuerdo muy bien que eran los primeros días de septiembre, y en el trayecto de la Independencia a San Martín viajábamos en el VW de Rubén en medio de un fuerte aguacero. Era la primera vez que veía el río Santa Catarina lleno de agua lodosa, avanzando con una fuerte corriente.
La lluvia casi echa a perder mis fiestas de cumpleaños, cuando estaba en tercero y en cuarto de primaria. Híjole, después del esfuerzo y los ruegos que me había costado convencer a mamá de que me hiciera un pastel, con su betún blanco sabor a limón. Casi daban las cuatro y la lluvia que no paraba, pero afortunadamente escampaba de pronto y en eso empezaban a llegar mis compañeros.
La lluvia en general significa bendición, recibir regalos y recompensas largamente esperados. La lluvia calma la sed de la tierra. Las plantas y las personas se refrescan, tienen una mejor cara. Por eso canta Jesús Adrián Romero: "Abre los cielos sobre nosotros / abre los cielos, Señor, haz llover...".

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