lunes, junio 16, 2008

Música Maestro


Domingo temprano. Usualmente paso la mañana en casa, viendo televisión, descansando o bien ocupado en el aseo, pero esta vez tuve necesidad de ir al centro, y ya estando allá, recordé que tenía que comprar alimento para el Honolable Vaquelo, quien me acompañaba. Estacioné el carro junto a Kalos y me fui caminando hacia Morelos, sintiéndome feliz de haber cambiado mi rutina dominical, admirando la mañana, la gente caminando por gusto y sin prisa, poco tráfico, mucho sol. Las notas de danzón todavía resonando en mi cabeza, pues la noche anterior vi la película del mismo nombre una vez más.
De pronto me di cuenta de que era la primera incursión de Bimbo por calles del centro, él caminaba feliz, meneando el rabo y disfrutando todos esos olores nuevos: Zaragoza, Plaza Hidalgo, Morelos y hasta la Plaza Zaragoza, causando admiración a su paso. Aprendió rápidamente que no hay que pasar por las rejillas de las alcantarillas.
Nuevamente agradecí estar ahí, pues podría presenciar el baile que cada domingo ofrece el Municipio de Monterrey. Llegamos justo antes de que empezara y en vista de que nadie me lo impidió, decidí colocarme justo atrás de la orquesta, teniendo como vecinos al trombonista, al baterista y al ejecutante de las tumbas.
Mientas ellos afinaban sus instrumentos, en el aire se sentía la impaciencia de todas esas personas, en su mayoría gente de la tercera edad, por lanzarse a la pista a presumir sus mejores pasos de baile, seguramente habían pasado la semana esperando este momento.
Por fin, fue presentada la Banda de Música, dirigida por el maestro Javier Barbosa García, quien con una gran sonrisa tomó la batuta; de inmediato sus muchachos iniciaron los acordes de "El Mar". La música inundó el ambiente y llenó nuestros corazones de una tremenda energía que casi era palpable. No pude haber escogido mejor lugar. Sentía la vibración de los instrumentos musicales en todo mi cuerpo, lo que provocaba una gran alegría y me hacía sonreír como enajenado. Cerca de mí, el baterísta desbordaba su energía aporreando los tambores (qué ganas de tomar su lugar aunque fuera un momento), otro músico sacaba notas sensuales de las tumbas, por allá resonaba un saxofón y del otro lado varios músicos hacían sonar las estridentes pero armoniosas trompetas. Es imposible estar triste aquí, pensé, y se me ocurrió que si conociera a alguien que estuviera padeciendo depresión lo sentaría aquí en medio de la orquesta. No podría seguir sintiéndose solo y triste.
Las parejas daban vueltas a en la pista, en perfecta sincronía con la música. Un grupo heterogéneo, personas venidas de diferentes rumbos de la ciudad, con ropas finas unos y más modestas otros, pero todos unidos por su pasión por el baile. Un caballero elegante, con sombrero y bastón, me recordó al Carmelo Benítez de la película Danzón. Varias Julias Solórzano se lucían bailando, con vestidos rojos y zapatos de altísimo tacón. Vi una mujer otoñal, bailando sola y sosteniendo una grabadora, vestida con blancas ropas juveniles, de fiesta, y sonriendo con una inmensa alegría. Traté de imaginar su historia. ¿Qué la impulsaría a bailar frente a todo el mundo, sin pena, sin importarle que no tuviera pareja?
Y los demás, ¿cómo serían sus vidas? Quizás cuando dejara de sonar la música, regresarían a sus casas, con pasos cansados, a enfrentarse a diferentes problemas propios de la gente mayor. Enfermedades. Soledad. Una semana más por vivir, en la gris monotonía, pero con la esperanza de que siempre habrá un domingo más para bailar...

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