martes, julio 29, 2008

Un Terrible Accidente


Domingo soleado, tranquilo. Aún no hacía planes, pero suponía que iba a ser un placentero día de descanso. Ya había sacado a Bimbo a su paseo matinal para hacer pipí. Ahora estaba en el sillón, esperando que le sirviera de comer. Pero decidí que iría a comprar el periódico y se me ocurrió llevármelo... me miró no muy convencido, sorprendido de volver a salir tan pronto, pero de todos modos me lo llevé cargado.
Ya casi llegando a casa él venía caminando detrás de mí por la acera, yo me agaché a recoger el periódico y unas botellas del suelo y ahí empezó la desgracia: se bajó hacia el pavimento y en eso vino un carro que lo atropelló.
Corrí a levantarlo pensando lo peor. Por el dolor que sentía me mordió la mano, pero casi ni me di cuenta. La conductora del auto, una joven vecina mía, me dijo que subiera para llevarme a atenderlo. Por mi mente pasaban tantas cosas que no atinaba a indicarle la dirección; como pude le dije, pero encontramos cerrada la veterinaria. Le dije que intentáramos otra, pero también estaba cerrada. Yo intentaba marcar los números telefónicos en mi celular, pero me equivocaba una y otra vez, qué desesperación. Regresamos a la veterinaria Victoria, y gracias a Dios estaban abriendo. Rápidamente le expliqué la situación a la hija de la veterinaria titular, María de Jesús.
Pocos minutos después llegó ésta, y rápidamente se hizo cargo de la situación. Palpó a Bimbo y dictaminó que tenía una pierna rota, por lo cual procedió a inyectarle un analgésico, un medicamento para detener una posible hemorragia interna y otro para sacarlo del shock, evidenciado por sus pupilas dilatadas y fijas. Me dijo que me llamaría unas 8 horas después, una vez que Bimbo hubiera superado el shock, para determinar qué era necesario hacer, además de entablillarlo y enyesarle su pierna.
Su profesionalismo y rápida reacción me tranquilizaron un poco, pero debo haberle parecido muy alterado y nervioso pues me dio una palmada en el hombro y me aconsejó que me serenara. Pero no iba a ser fácil.
De regreso a casa, intenté llamar a Isela para ponerla al tanto, pero no contestaba en su casa ni en los celulares. Sabía que a ella le dolería mucho esta noticias, igual que a mí, pero también sabía que tendría mejor presencia de ánimo para ayudarme a decidir si había que llevarlo a alguna otra parte para que recibiera atención.
El caso es que estuve toda la mañana, toda la tarde y toda la noche junto a Bimbo, acostados en el piso lleno de cobijas y almohadas, hablando con él como me había sugerido María de Jesús. Sintiéndome solo. Haciéndome fuerte. Dándome cuenta de todo lo que quiero a mi Vaquero. Pensando cómo en un momento puede suceder una desgracia que lo cambia todo. Orando y pidiendo por su recuperación.
En muy poco tiempo me pareció que había salido del shock, pues ya volteaba a verme cuando le hablaba. Sus pupilas ya no estaban tan dilatadas, y aceptó de muy buen grado el suero que le compré. Dormité un par de veces, y al despertar de uno de estos lapsos noté que se había levantado de su canasta, y se había arrastrando lastimosamente hasta llegar a la puerta. Tal vez quería orinar, pero no pudo hacerlo. La siguiente vez hizo lo mismo, para acercarse a su vasito a beber agua. Y vaya que bebió, cosa rara en él. Resultó muy útil el collar que le compré apenas el sábado, pues trae un pequeño cascabel que me permite saber cada vez que se mueve.
Durante la noche dormí a ratos, preocupado por saber que estuviera bien. En ocasiones lo oía quejarse, por lo que supuse que ya había pasado el efecto del analgésico. En su canasta, él deseaba cambiar de posición por sí solo, como lo hace siempre, pero esta vez cada intento le causaba dolor, así que yo lo movía con mucho, mucho cuidado; dos o tres veces quiso morderme por el dolor que sentía.
De pronto estoy soñando, pero salgo de mi ensueño al oír que se queja; me acerco a él y se me abalanza al cuello. Ahí se quedó, enredado en mi cuello, en una posición laxa que le permitía descansar y sentir menos dolor. Pero de alguna manera también sentí que quería abrazarse a mí, sentir mi protección y mi cuidado de manera más cercana. Sentía que deseaba decirme que me quería.
Por fin llegó la claridad de la mañana. Hoy no hice mis ejercicios acostumbrados, ¿cómo hubiera podido concentrarme? Isela llegó por él para llevarlo al veterinario. Le expresé que hubiera deseado que pasara a verlo un ratito ayer, y ella contestó que no quiso hacerlo porque hubiera sentido mucho dolor. Lo sabía. La entiendo perfectamente. Me despedí de Bimbo, quien al darse cuenta de que lo dejaba se revolvió en su canasta, nervioso. Lo tranquilicé y le di otro beso.
Es media mañana y me muero por saber qué ha pasado. Pero no quiero inquietar de más a Isela, esperaré un poco más y le hablaré para saber.
Estoy confiado en que sólo se trate de una pierna rota, aunque me inquieta que pueda haber una herida interna. Trato de convencerme de que si así fuera no hubiera salido tan rápido del shock ni hubiera tenido tan buen aspecto ayer, mucho menos hubiera intentado caminar. Ya quiero que esté bien, para poder estar bien yo también. Lo quiero tanto, ahora seré más cuidadoso que nunca, no lo descuidaré ni un segundo.

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