viernes, agosto 01, 2008

Felicidades, Madre


Ayer celebramos un cumpleaños más de mi mamá, el número ¡81! Esta vez nos reunimos en la casa de Pera, quien tuvo la buena idea de organizar la cena en el jardín y así estuvimos muy frescos todos. Cuando llegué ya estaba Felipe, Lola, Cristina y Lupe, y después llegaron Alex y Carmen. Los únicos ausentes fueron Mónica, por estar de vacaciones, y Juan, pero él no es muy asiduo a las reuniones.
Tuve oportunidad de platicar con mis cuñadas, cuñados, mis sobrinos y sus hijos también... una bonita reunión.
No sé si será por mi estado de ánimo, pero me pareció ver a mi mamá cansada, o triste. Ella que siempre ha sido activa y en las reuniones anda de aquí para allá, observando que destrozos hicieron los niños (y algunos adultos también), limpiando, acomodando cosas, ayer estuvo todo el tiempo sentada, con una expresión de cansancio.
Sé que últimamente se ha sentido mal, por las mañanas se pone nerviosa, agitada, y es por eso que todos los días se está yendo a quedar a la casa de Pera, desde mediodía. Pienso que todos estos años que ha vivido solita en su casa, ahora ya la están afectando. Sobre todo porque le ha tocado ver la partida de varios de sus vecinos.
Aún así, hasta hace poco ella insistía en quererse quedar en su casa, pero ahora es ella misma quien le ha pedido a Pera que se la lleve con ella. Yo ayer le dije que me gustaría mucho que me acompañara en mi casa, y para que no esté sola mientras trabajo puede quedarse durante la mañana y la tarde en la casa de mi hermana Lupe, que vive a unas cuantas cuadras.
Le comenté a mamá acerca de la pérdida de mi querido Bimbo. Yo necesitaba mucho que me abrazara y me consolara, pero no fue así. No importa, sé que así es su carácter, no es muy fácil que mamá nos demuestre su cariño con abrazos o mimos, pero sé que sí le dolió la noticia y sí comprendió lo triste que me tiene esta pérdida.
Se lo dije despacito, de momento no quería decírselo a los demás. No sabía que me dirían al verme tan desconsolado y triste, no sabía si me pondría a llorar. Pero mamá se lo comentó a Pera unos minutos después, así que me preguntaron cómo había sucedido. Yo les relaté el accidente y cómo he estado estos días tan abatido y desolado.
Luego me alejé de la mesa para platicar con mis sobrinos. De pronto el pequeño Luis, hijo de Enrique, me pregunta “¿Y Bimbo?”. Èl no sabía nada, no había escuchado la conversación, así que sólo le contesté “En la casa” y seguí caminando, sintiendo un nudo en la garganta. Qué memoria de chamaco, y es que como a todas partes andaba cargando a Bimbo, le debe haber extrañado que esta vez no me acompañaba.
Seguí deambulando, pero no me sentía totalmente a gusto y decidí que era hora de partir. Aunque los quiero a todos, en ese momento deseaba que sólo estuviéramos mi mamá y yo para poder sentarme junto a ella y abrazarla un largo rato sin decir nada. Pero más que nada, sentir su abrazo y su consuelo.
Al despedirme, mi hermano Felipe me emocionó mucho al recordarme que Bimbo ya estaba en el cielo de los perros, y que como él me quiso siempre, seguramente no le gustaría verme triste y llorando por él. Que yo debería estar contento y feliz, para que Bimbo allá en el cielo también lo esté y no sufra por mí.
Me dejó sin palabras. Fue el único de mis hermanos que me expresó palabras de consuelo, y se lo agradezco mucho. Le dije que no lo había pensado de esa manera, pero que lo iba a tomar muy en cuenta.
Y sí lo haré. He llorado mucho por mi deseo (egoísta) de tenerlo nuevamente conmigo, de sentir sus patitas, su cuerpecito pequeño, de ver sus ojos tan tiernos y hermosos. De jugar al “gatito”, de pelear un poquito. Simplemente por verlo acostadito en la cama, o en el sillón, o en la canasta que quiso tanto. Simplemente verlo era una emoción y una gran alegría para mí.
Pero hay que ver las cosas de diferente manera. Concentrarme en lo que me dice Felipe, y también lo que dice Isela, “recordar todo el amor que nos dimos y olvidar lo demás”. Sobre todo, debo alejar esos pensamientos de culpabilidad, que últimamente no me han dejado en paz y son los que más me hacen sufrir.
Bueno, pues llegué a mi casa. La soledad es enorme, patente. Otra vez me resistí a dormir en la recámara, así que me tendí en el sillón de la sala y dormí incómodo, acalorado, con la televisión prendida. No es miedo, no sé qué es, pero por lo pronto me cuesta mucho trabajo irme a dormir a la cama, solo sin mi hermoso Bimbo. Algún día pasará. Espero que sea pronto.
Siento que ha terminado toda una etapa, que todo esto me hará reflexionar y que es muy posible que tenga que hacer varios cambios mayores en mi vida para ser más feliz.

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