lunes, agosto 11, 2008

Se Acabó la Música


Qué calor. Este domingo hubiera preferido quedarme todo el día en casa, alejado del sol y el calor. Pero tuve que ir al centro a hacer un pago, ni hablar. Ya iba hacia mi carro cuando llamó mi atención el letrero de un nuevo restaurant de comida china: Mei Wei Vegetariano. No lo podía creer. Hace algunas semanas que empecé a adoptar el vegetarianismo me pregunté por qué no habría un restaurante de comida china vegetariano. Bueno, pues ya lo hay.
Entré al minúsculo local y decidí probar un platillo combo, con arroz (chau fan), un pedazo de gluten y un rollo de verduras. El sabor no es nada del otro mundo, pero me gustó mucho su originalidad, que se hayan atrevido a romper paradigmas y ofrecer comida vegetariana. En este lugar el arroz frito tiene granos de elote y cuadritos de zanahoria, en lugar de pedacitos de carne de res, pollo o puerco.


La mujer oriental que parece ser la dueña fue muy amable, en su limitado castellano me agradeció la felicitación por la comida. "Bienvenido siempre", me dijo.
Me atrae mucho la cultura china. Espero algún día volver a visitar este lugar y preguntarle a esta señora tantas cosas, tantas dudas que tengo sobre su país, sus costumbres, su música, sus creencias. Tal vez algún día haya la oportunidad de platicar.
En esta ocasión le pregunté de dónde era, y me respondió que de Hong Kong. También le pregunté que si hablaba mandarín, a lo que contestó afirmativamente, incluso me dijo que el gobierno chino está promoviendo el uso de esta variante en regiones donde anteriormente no se hablaba, así como en la televisión, los libros y las escuelas. A diferencia de otros paisanos suyos, renuentes a hablar, esta mujer estaba más que dispuesta a conversar, pues observó que en China hay tantos idiomas que de repente se ve rodeada por personas que hablan lenguas incomprensibles entre sí. "En México no.... aquí todo mundo habla español", dijo.


Por la noche me esperaba una buena cantidad de camisas que planchar... el trabajo doméstico que más detesto. Sin embargo, esta vez me preparé con una película que fui a rentar, y que resultó una obra muy excepcional. Se trata de "El Violín", que por pertenecer al cine no comercial estuvo solamente unos días en cartelera. Siempre pasa así. Las buenas películas mexicanas pasan aquí sin pena ni gloria, mientras que en otros países reciben un premio tras otro.
La película no se ubica en un lugar ni en una fecha definidos, solamente aborda el tema tan común de la opresión de la que son víctimas los hombres del campo, y como muchas veces no tienen otra alternativa más que iniciar una guerrilla que es combatida por el ejército oficial. El personaje principal es don Plutarco Hidalgo, un anciano con el rostro moreno curtido por el sol, violinista y campesino. En su rostro se adivina una vida llena de momentos tristes, quizá de grandes carencias e injusticias.
Junto con su hijo, quien es un activo guerrillero, y su nieto recorren varios pueblos, aparentando ser personas comunes y corrientes, manteniéndose lo más lejos posible de los militares. Después de una travesía muy accidentada, están a punto de llegar a su pueblo cuando son alertados de que el lugar ha sido sitiado. Los campesinos huyen de la masacre.
Genaro y el niño tienen que seguir escondiéndose, no así Don Plutarco, quien ruega y se humilla para que le permitan entrar al pueblo a ver su "milpita". Con un trato grosero y palabras soeces se lo impiden los soldados, pero el capitán, al ver que se trata de un violinista, humaniza su trato y hasta le ofrece dejarlo pasar a cambio de que toque unas melodías para él. Es así como puede pasar todos los días a ver su "milpita".
La historia da un vuelco. Se descubre el verdadero motivo de sus visitas a la parcela. Es impresionante y angustiosa la expresión de su rostro cuando se da cuenta de que ha sido descubierto. Cuesta trabajo creer que no es un actor profesional. No se lo dice el capitán, pero su trato es ahora distinto, prepotende y dominante. Quiere humillarlo, ordenándole que toque una melodía más. Desafiante, sin decir una sola palabra, Plutarco guarda el violín en su estuche con toda parsimonia y lentitud, haciendo más evidente que le falta una mano.
Puede matar al capitán, pero no lo hace. ¿Para qué? Ya todo está perdido. Ante la orden nuevamente repetida "Le estoy ordenando que toque", él simplemente contesta con una frase lapidaria que pone fin a la historia: "Se acabó la música".

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