lunes, agosto 11, 2008

Vagando y Divagando

A las 3:15 termina esa cita de todos los sábados. Ese espacio reservado para relatar los sueños, desnudar el alma, expresar los sentimientos más recónditos, los que son difíciles de platicar. Para indagar, preguntar, reflexionar. Para hacer frente a la realidad. Para sorprenderse. Para asimilar. Para descubrir.
De pronto ya no hay nada más que hacer. Permanece casi una hora junto al auto estacionado, bajo la sombra de un árbol, pensando qué hacer, a dónde ir. A esa casa llena de recuerdos tristes, no. Todavía es muy doloroso. Quizás a una tienda, a comprar algo. Un póster. Un estéreo. Una camisa. Un libro. Un disco. Pero no. No hay suficiente dinero, no hay que comprar por comprar, hay que planear cada compra. Ya no es como antes. Ya nada es como antes.
Sigue pasando el tiempo, apenas perceptible. Las nubes presagian lluvia. Qué alivio sería, qué bueno sería, que se desatara una lluvia colosal, que arrasara con el calor, con el aburrimiento, con los malos recuerdos. Pero no es muy probable. Como tantas veces, esperanzas rotas, sueños sin cumplir. Muchos truenos y nubes negras, pero ni una sola gota de lluvia.
Los amigos, ¿dónde están? Son pocos. Todos ellos inmersos en sus actividades. ¿Por qué no le buscan, por qué no le invitan? ¿Acaso ha hecho algo que los haya alejado? O simplemente, por el día de hoy tienen sus propias actividades.
El peso de la soledad es muy fuerte. Por fin decide meterse al coche, dirigirse a la oficina de su amigo, al fin que trae las llaves para abrir la puerta. Ahí podrá estar a salvo, descansar, pasar el tiempo haciendo consultas interminables por Internet. Quizás llegue su amigo y le invite a pasear, a unirse a un grupo, a platicar.
Quisiera gritar "estoy solo". Invítenme a su casa, a su reunión, a su fiesta. Pero todas las opciones que se le ocurren, ya no existen. Su mente se quedó en el pasado, hace varios años ya. Los compañeros del antiguo trabajo. Los hermanos. Los sobrinos. Su familia política. Su compañera. Todos ellos ya tienen otras ocupaciones, otras actividades, otras formas de llenar su vida.
Piensa, piensa, piensa. ¿Dónde se perdió el contacto? ¿Cuándo comenzó a ser todo tan diferente? ¿Qué sucedió? ¿Por qué se estancó, mientras todos, aparentemente, siguieron adelante? El auto descompuesto en la pista de la vida, mientras todos aceleran hacia la meta. ¿Cuál es la meta? ¿Cómo se puede mejorar, cómo se puede ser feliz? Los demás, ¿son felices?
Harto de internet, nuevamente al auto, qué más da, se larga al gran centro comercial. Total, también se puede mirar sin tener que comprar, necesariamente. Pero las tiendas ya no son tan atractivas cuando suena incesante esa voz en la cabeza "no compres, no compres, no te endeudes". Tanta gente en el centro comercial. Se ven felices, ocupados, corriendo a una cita, a una reunión. Y él solo.
Reflexiona y recuerda que los sábados normalmente no son así. De hecho, se acumulan tantas actividades que quisiera que el día tuviera más horas. Pero este sábado no. No hay clase. No hay reuniones programadas. No hay cine. No hay una mascota esperando en casa. No hay interés.
Al salir de la plaza comercial sus ojos aprecian las primeras sombras de la noche. Ya no hay más a donde huir. Qué cansancio. Ni siquiera se le antoja meterse a algún lugar y empezar a beber, conversar con personas desconocidas. ¿Para qué? Así que enfila rumbo a ese hogar vacío, lleno de recuerdos tristes. En realidad sí hay mascotas esperando. Dos. Pero no son la mascota-niño. No son la mascota-hijo.
El televisor encendido para que ahogue el silencio. Creyó que ahora sí lo podía hacer, pero no... no pudo dormir en su cama otra vez. Permaneció en la incómoda seguridad del sillón. Acallados los pensamientos por las voces del televisor. Pero esa luz molesta, descobija. Así que apaga el televisor y enciende el estéreo. Se empieza a escuchar esa melodía reconfortante, interminable, repetitiva, que atraerá al bendito sueño y alejará a todos esos pensamientos tristes, a la ausencia de ese pequeño ser tan amado, a esa pesada soledad.

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