miércoles, diciembre 24, 2008

Hormiga Desesperada


Me di cuenta el sábado. Iba a necesitar un poco de efectivo para el pago de mis clases, así que me formé en la fila del cajero automático y saqué la maldita billetera para buscar mi tarjeta gris. No está en el compartimiento donde siempre la guardo, metódicamente. Ni el el otro. Ni en los bolsillos del pantalón. Ni en el carro.
Salgo del apuro con la tarjeta dorada, pero sigo pensando, pensando... ¿dónde está la tarjeta?
Al principio sólo pensaba que la habría olvidado en alguna camisa o pantalón, en algún lugar de la casa. Pero después se me ocurrió que la hubiera tirado sin darme cuenta, y alguna cigarra que se pasó cantando el verano la había recogido y había hecho montones de felices compras en muchas tiendas.
Después de todo, ahí estaban los ahorros que, con muchos sacrificios de hormiga, había estado guardando durante un buen tiempo. No puedo recordar cuánto dinero hay, pero sé que es una importante cantidad porque hace varias semanas que no he transferido nada a otra cuenta más segura.
Casi desesperado, interrumpí mis actividades y tras un largo recorrido llego a la tienda de autoservicio donde pensé haberla olvidado. Nada. Decido llamar al banco para cancelarla y regreso a mis actividades, pero casi sin poner atención.
Sigo tratando de recordar cuál fue mi última transacción. Al día siguiente, domingo, voy a otra tienda de autoservicio y pregunto si olvidé mi tarjeta ahí. Respuesta negativa. Me quedo en casa todo el día, no tengo ánimos para ir a ninguna parte ni ver a nadie.
Finalmente recuerdo dónde perdí mi tarjeta: fue el martes pasado, estaba precisamente haciendo un retiro cuando recibí una llamada a mi celular y dejé de prestar atención; olvidé tomar mi tarjeta y salí de prisa de ahí. Ojalá que el cajero se la haya tragado, no quiero pensar que alguien haya llegado y al verla ahí, la haya tomado y se haya dedicado a gastar mi dinero, pero no puedo evitarlo. Es una posibilidad.
El lunes me levanté más que temprano para llegar al banco, solicitar una tarjeta de remplazo y... averiguar mi saldo. Me dijeron que eso demoraría 24 horas más... no tuve valor para preguntar mi saldo. Tampoco para averiguarlo yo mismo por Internet. Fui dejándolo para más tarde, más tarde, pero llegó la hora de la salida y me fui a casa.
Martes. Ya no puedo más y lo primero que hago al llegar al trabajo es ingresar a la página de Internet del banco. Ufffffffffffffffffffffff. Gran suspiro de alivio. Todo mi dinero está ahí. Estoy agradecido. Gracias, gracias, gracias. Dedicaré una parte de ese dinero a ayudar a algunas personas que sé que lo necesitan. Por lo pronto, mi querida hermana Carmen, a quien he tenido muy descuidada, recibirá un buen regalo de Navidad. Gracias otra vez.

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