jueves, julio 12, 2012

Mis Pies

Anoche pensaba en todas las sensaciones placenteras que me es posible percibir... con mis pies. Cuando tengo calor, basta con que me quite los zapatos y calcetines para sentir un alivio inmediato... especialmente si a continuación los poso sobre una superficie fría, como el suelo fresco, como el césped húmedo, como el agua de un arroyo, un río, del mar. Amo llegar a mi casa cuando está el piso completamente limpio, quitarme los zapatos y empezar a refrescarme con tan sólo caminar... No me había dado cuenta, pero desde hace algún tiempo, cuando voy al cine invariablemente me quito los zapatos, y algunas veces, los calcetines también. Lo bueno es que mis pies son casi totalmente inodoros. Me gusta también deslizar mis pies por sábanas de seda, remojarlos en agua caliente, recibir un masaje... casi llego al éxtasis debido al intenso placer que siento cuando alguien se lleva a su boca mis pies limpios, lamiendo mis dedos, las plantas, los talones... Pero mis pies no solamente están acostumbrados a pisar cosas suaves y delicadas, también puedo caminar entre las piedras, sobre la arena caliente, en la calle cuando está ardiendo de calor.
Será porque fui un niño descalzo. Afortunadamente mi mamá no fue como tantas otras mamás, que no permitían jamás que sus hijos se quitaran el calzado. A mi mamá le valía madre. Y yo era feliz. Me encantaba correr, y sin el estorbo de los zapatos era el más veloz de todos. Por supuesto, había muchos peligros, y eso lo comprobé una vez cuando me mandaron a traer las tortillas, cuando tendría yo unos seis años. Como siempre, iba corriendo a más no poder, y en mi loca carrera no advertí que sobre el piso estaba una botella de vidrio, rota; era una de esas botellas de un litro de leche que hace mucho dejaron de existir. Con el impulso que llevaba, mi pie derecho se hundió literalmente en el pedazo de vidrio, y por poco me lo rebana a la mitad. Asustado, corrí de regreso a mi casa, sangrando profusamente y con la piel de mi pie colgando en forma horrible. Me llevaron al IMSS y una enfermera lavó la herida con fuerza despiadada, luego me cosieron, y hasta la fecha conservo esa cicatriz en forma semicircular de unos 10 centímetros, por lo menos. Varias semanas anduve con una bota de yeso que me causaba una comezón horrible, pero por fin llegó el día que me la quitaron. Y seguí andando descalzo... un par de años más quizá... hasta que, como Adán y Eva, me di cuenta de la desnudez de mis pies y sentí vergüenza... Tengo un sueño secreto, que no me he atrevido a cumplir: quisiera pasar todo un día descalzo, y así descalzo caminar, manejar hacia el trabajo, recorrer las oficinas, ir a algún centro comercial, luego al cine, entrar en algún restaurant... Algún día lo haré...

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