domingo, mayo 05, 2013

Amistad por Inercia

No sé desde hace cuanto tiempo me he venido cuestionando mi amistad con Héctor. Ciertamente nos conocimos hace como unos 26 años, y a lo largo de todos estos años hemos estado muy cercanos, hemos viajado a muchos lugares, hemos pasado por penas muy grandes y alegrías también muy grandes. Sin embargo, conforme he ido adquiriendo más y más madurez, llegando a distinguir qué es lo que quiero y que es lo que no quiero, me he dado cuenta de que ambos hemos ido cambiando y que muy pocas cosas tenemos en común como para ser amigos. Algo que nos diferencia totalmente es nuestro manejo del tiempo: mientras que a mí me gusta ser muy puntual, en todo momento estoy consciente del tiempo y, sobre todo, respeto estrictamente el tiempo de los demás, él no tiene el menor sentido del tiempo, de modo que igualmente puede desayunar a las 2 de la tarde y comer a las 8, llegar a una cita una hora y media después de la hora, pretender que le abran la puerta del banco un minuto después de que la cerraron, y en general a no tener la menor consideración por el tiempo de los demás. He perdido la cuenta de los vuelos que ha perdido por no presentarse a tiempo. Ciertamente le estaré siempre agradecido por varios detalles de amistad, como acudir a mi casa en una noche lluviosa, desde el otro lado de la ciudad, para pasar por mí y llevarme a su casa en una ocasión en que tenía un episodio de ansiedad originado por una terrible resequedad en la nariz que me hacía sentir como si me asfixiara. No obstante, también cuentan sus actitudes faltas de consideración, su deseo obsesivo de tener siempre la razón y de querer imponer su voluntad y decretar lo que los demás deben y no deben hacer, pasando por alto su voluntad. Los últimos viajes con él han sido un suplicio, pues desde el inicio del mismo se autoproclama el líder de la pandilla y es así como todos "deben" hacer lo que él diga y no apartarse de los planes que él traza, como si fuese un viaje escolar dirigido por una sargenta. Aquí es donde chocamos, porque cuando viajo en grupo a mí me gusta que, en caso de no coincidir en nuestros gustos, que cada quien haga lo que más le gusta: ir al museo, ir de compras, disfrutar la piscina, etc., etc., etc., y reunirnos después para la hora de la comida o de la cena, o bien para alguna actividad que ya se haya acordado previamente que se lleve a cabo en grupo. Recientemente precisaba ir a la frontera a recoger la bicicleta que compré, y, temeroso del viaje en carretera, le pedí que me acompañara. Íbamos a viajar en mi carro, pero de última hora él pidió prestado el automóvil a un amigo suyo, un automóvil de muy reciente modelo. Genial, así viajaríamos más seguros. Íbamos tres, pero antes de llegar al cruce fronterizo, hizo que se bajara del auto nuestro compañero Ernesto, porque resultó que su pasaporte estaba vencido. Yo comenté que, en la gran mayoría de los casos conocidos, a los oficiales gringos les vale madre el pasaporte y solamente verifican que la visa esté vigente y en orden, pero él insistió en que no se quería arriesgar. Y allá va el pobre pendejo, regresando a Nuevo Laredo entre las filas de coches, con riesgo de ser atropellado porque no hay banquetas ni algo que divida los carriles excepto las líneas pintadas en el pavimento. Al pasar la inspección, como bien lo había dicho yo, el oficial ni siquiera tomó en cuentra nuestros pasaportes, los hizo a un lado sin abrirlos mientras revisaba con lupa las visas. "Ni se te ocurra decirle", me dijo. Por fin en territorio gringo, tarde se me hacía para ir a recoger mi bicicleta. Ah, pero no, de última hora me dijo que fuéramos primera a visitar a un amigo suyo, para tratar un negocio. Y allá vamos, perdiendo tiempo porque no sabía con exactitud la dirección y dimos vueltas y vueltas, por fin llegamos, y a esperar. Salimos de ahí y se le ocurrió ir a otro negocio... que estaba al otro lado de la ciudad. Llegamos y estaba cerrado. Y mientras manejaba, peleaba con su novio a través de furiosos mensajes de texto, descuidando el manejo, hasta que me puse firme y lo obligué a que se estacionara y luego que dejara su pleito y se concentrara en el objetivo de nuestro viaje. Qué poca madre de este cabrón, iba yo pensando. Después de que fui yo quien pagó los peajes de la carretera y el combustible del automóvil, se pone a hacer sus cosas en primer lugar dejando lo mío en segundo plano. Pero me lo tengo merecido por pendejo, por no confiar en mis propios recursos y sobre todo por no creer en mí. Definitivamente, no vuelvo a viajar con esta persona desconsiderada. Así es y así será siempre, aunque ya no tenga el dinero que un día tuvo, sigue sintiéndose el rey de la selva. Por fin llegamos a WalMart, pero estas personas imbéciles me la hicieron cansada para entregarme la bicicleta. Inicialmente la compré en WalMart Online, designando a una persona que casualmente estaba en Laredo para que la recogiera. Una empleada me indicó que hiciera la compra y que dejara pasar 24 horas para que la persona designada (pick-up person) pasara a recogerla. Mi amiga fue a recogerla pasadas 24 horas, pero los empleados de la tienda no se la entregaron, porque WalMart Online no les había enviado la bicicleta, a pesar de que la tienda tenían esa misma bicicleta en existencia física. No hubo poder humano que los convenciera. Así que tuve que ir yo por mi bicicleta, pero al reclamarla me dijo la empleada que solamente la entregarían a la pick-up person. "Pero yo soy la persona que compró y pagó la bicicleta". No importa, solamente entregaremos a la pick-up person. Empecé a impacientarme, pero insistí tratando de ser lo más asertivo posible. Nueva negativa. Aquí es donde interviene el sabelotodo de Héctor, y me dice que cancele la compra y que mejor compre una de las bicicletas que estaban en existencia en la tienda. Sé que tal vez era lo más sensato, pero era demasiado, simplemente no podía tolerar que me dijera cómo hacer las cosas, pues yo tengo derecho a hacerlas como se me dé mi gana. Así que levanté la voz y le dije que no interviniera, que yo iba a llevarme la puta bicicleta aunque tuviera que quemar la tienda porque así lo había decidido y mi decisión era la que contaba, no la de él. Supo que le convenía callarse y actuó en consecuencia. Así que haciendo gala de mi dominio del inglés, me quejé con quien realmente pudiera tomar una decisión y a los pocos minutos la gata-empleada no tuvo más que darme mi bicicleta. "Solamente por esta vez, sir, porque...", empezó a balbucear, pero la callé diciéndole que me iban a entregar la bicicleta cuantas veces yo quisiera porque yo era el que había pagado los dólares y que mejor se callara. Pocas veces me enojo, pero cuando me enojo... mejor ni le busquen. La bicicleta venía en una caja y fue toda una odisea meterla al carro, ocupó todo el espacio trasero y difícilmente podía caber alguien ahí. Ah, me costó tanto, tanto esa bicicleta, y no me refiero al dinero. El viaje de regreso fue muy incómodo, pero yo me sentía inmensamente feliz porque defendí mi dignidad, logré que mi voluntad fuera respetada y puse en su lugar a mi querido amigo para que no se atreviera a pasar por encima de mí.

2 comentarios:

  1. fijate que he perdidos algunas amistades por hacer lo mismo que tu, pero que chido se siente poder quitarnos esa lapa de la espalda.

    saludos....

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  2. que feo cuando las amistades ya nos pesan y gacho, soy de los que luchan pa recuperar algun resquicio de los que feo...y claro, siempre acaba mal eso, snif.

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