sábado, julio 27, 2013

Acerca de la Muerte

Los mexicanos nos reímos de la muerte, inclusive celebramos el Día de los Muertos el primero de Noviembre, en ciertas regiones de nuestro país tienen la tradición de colocar altares en memoria de los miembros de la familia que han pasado a mejor vida (nótese el eufemismo).
En el norte no es común esta tradición, como estamos tan cerca de Estados Unidos celebramos Halloween, a pesar de que en años recientes los colegios santurrones digan que es una fiesta "diabólica" y pretenden que los niños abandonen la costumbre de disfrazarse (que les encanta) y adopten la costumbre de colocar un altar (que les es tan ajena).
Esto es cuando hablamos de la muerte en un sentido genérico, o de la muerte de los demás. Pero en la muerte de un ser querido no nos gusta pensar, no señor, y mucho menos en nuestra propia muerte. Por eso casi siempre nos agarra desprevenidos.
En lo que a mí se refiere, éste es un tema que siempre había rehuido. Sin embargo, será que últimamente me he vuelto más reflexivo, más analítico, y sobre todo más observador. En mi entorno familiar he sufrido la muerte de mi padre, sucedida cuando yo tenía solamente tres años; también falleció mi abuelito Juan, y un poco más recientemente mis queridos tíos Félix y Tula.
Tengo la fortuna de tener a mi madre todavía con vida, gracias a Dios. Ella siempre ha sido una mujer muy fuerte, pero ahora los años se le han venido encima, y a últimas fechas la he visto cansada y se diría que sin ánimos. Ella que siempre hablaba sin parar, ahora es tan silenciosa. Hasta hace poco andaba de un lado a otro, tomaba el camión y se iba al mercado, sola, sorda y con más de 70 años; ahora se sienta durante largos ratos, pensando, pensando... Lo que más me afecta a mí es darme cuenta de que está perdiendo la memoria.
Todo ello me ha llevado a admitir que mi madre no vivirá por siempre, y que de hecho es posible que esté viviendo sus últimos años (que espero no sean pocos, siempre y cuando tenga buena salud). Ha sido muy duro para mí aceptarlo, pero al final de cuentas es la realidad. Y tengo la fortuna de contar con la asesoría de mi analista, y además de haberme decidido a leer el libro "Sobre la Muerte y Los Moribundos", de Elisabeth Kubler-Ross.
He aquí que también he llegado a pensar en mi propia muerte. No como algo cercano, pero sí como algo que puede ocurrir. Hace años conocí la meditación budista sobre la muerte, y recuerdo haber leído que era recomendable practicar dicha meditación con mucha frecuencia, pues pensar en la muerte es sabiduría y no pensar en ella es ignorancia.

Hace un par de días sentí de pronto un dolor de cabeza, muy extraño, en la base del cráneo; no recuerdo haber experimentado algo así, y me tiene un poco extrañado. Se presenta intermitentemente, y también he notado dolor en las sienes, como cuando se "congela" el cerebro al comer helado. No sé a qué se deba, quizá he tenido mucha tensión, o quizá ya es mucha la presbicia y debe ser el momento de conseguir unos anteojos bifocales, a los que les he sacado la vuelta. Trataré de estar alerta.
El caso es que, el día que se presentó el dolor, sin querer ponerme demasiado dramático me puse a pensar qué pasaría si este dolor resultara ser algo serio que pusiera en peligro mi vida. ¿Y si fuera a consultar al médico, y me dijera que se trata de un tumor inoperable y que me queda muy poco tiempo de vida?
Ni Dios lo quiera. Toco madera. Y digo como cuando era niño: "zafos", para conjurar este pensamiento. Pero... ¿y si así fuera?
¿Qué es lo que hacen los pacientes a los que el médico les ha dado una noticia semejante? ¿Cómo empezar a poner en orden todas las cosas? Sería bueno tener un testamento, por principio de cuentas, para mitigar el caos. Pero qué cosa tan difícil, serenarse, calmarse, para poder pensar, a quién dejar la casa, el automóvil, el poco dinero ahorrado, los muebles, libros, objetos. ¿Quien cuidará a las mascotas? ¿Alguien se encargará de las plantas?
¿Y qué hacer con el poco o mucho tiempo que queda? ¿Cómo no amargarse, cómo no sentir rabia, miedo, desesperación? ¿Cómo llegar a aceptarlo serenamente, y hacer lo posible por disfrutar, lo mejor que se pueda, la vida que queda por vivir?
Hacer todo aquello que quisimos hacer y no nos atrevimos o dejamos para después. Hacer las paces. Dejar de desperdiciar el tiempo. Vivir al máximo, verdaderamente, no como una frase hecha. Vaya, me parece que esta es una estupenda reflexión.


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