Ya me había estado preparando mentalmente: el lunes 19
inicia el año escolar, así que hay que salir de casa más temprano porque seguramente
habrá más autos en las calles, y además porque nuevamente habrá que reducir la velocidad
alrededor de las escuelas.
El día que regresan los niños a la escuela cambia totalmente
la rutina, no sólo de ellos sino de todo el entorno, parece que la ciudad
despierta y todo vuelve a fluir; este día marca el fin del descanso vacacional,
cuando todo el día era juego, y el inicio de otro año lleno de nuevos conocimientos,
tareas, exámenes; otros amigos, otro salón de clases, diferentes experiencias
que quizá quedarán marcadas para toda la vida.
Este día también me cambia a mí.
En este día, el recuerdo cada vez más lejano de mi primer
día de clases se va desdibujando de a poco, pero no se va del todo: soy ese
niño que se asoma a través de la celosía, llorando y llamando a gritos a mi
hermana Lola; ella también me mira, me dice que más tarde vendrá por mí y se
aleja a regañadientes.
Que yo recuerde, nadie me había preparado para este día;
antes no era obligatorio el jardín de niños, así que pasé del agradable calor de
mi casa a este lugar extraño, donde una severa matrona cerró la enorme puerta y
ya no me dejó salir; había muchos niños, algunos llorando igual que yo, otros
no, pero no conocía a ninguno de ellos. Más tarde, incapaz de prestar atención
a la clase, se me pasan las horas viendo desde mi salón cómo caen gruesas gotas
de lluvia que poco a poco inundan el patio de la escuela.
Es que antes las clases empezaban el primer lunes de
septiembre, y ese día era segurísimo que cayera una buena lluvia.
Muchos, muchos años han pasado, y la nostalgia que sigo
sintiendo en este día no solamente se debe a mis recuerdos: cuando veo a todos
esos niños, felices y llenos de vida, corriendo, gritando y haciendo un gran
alboroto, inevitablemente pienso que me hubiera gustado mucho, mucho ser papá.
En cierta época de mi vida estuve a punto de serlo, pero por
diferentes circunstancias no fue posible; el tiempo pasó y siguió pasando hasta
que toda posibilidad se esfumó. Quizá no quise o no pude volver a intentarlo,
quizá no supe cómo hacerlo, quizá me di por vencido demasiado pronto, quizá no
estaba destinado a ser papá. No sé muy bien qué pasó. Pero sí que me hubiera
gustado.
Más Niños Felices
Hace algunos años tuve oportunidad de convivir con unos niños de un hospicio, quienes habían ido a parar ahí porque sus papás, generalmente alcohólicos, drogadictos, delincuentes, prostitutas, eran incompetentes para criarlos y el Estado les quitó su custodia. Me conmovió la tristeza que seguía asomando a sus ojos a pesar de encontrarse disfrutando de unos juegos infantiles y una posada preparada en su honor... Fue entonces que se me ocurrió: ¿Y si adoptara a uno de esos pequeños?
Así que puse a investigar. En el caso particular de estos
niños, la institución no podía darlos en adopción, porque estaba esperando 1)
Que sus padres se rehabilitaran ó 2) Que algún otro familiar en línea directa solicitara
la custodia y ofreciera hacerse cargo de su crianza.
Investigué en otras
instituciones, pero muy pronto me di cuenta de que no era un candidato viable,
pues los requisitos son tan estrictos que muy pocas personas pueden llegar a
cumplirlos. Para empezar, necesitaba estar casado… Tuve que descartar la idea.
Comprendo que estas instituciones quieran asegurarse hasta
donde más sea posible de que los papás adoptivos puedan dar una buena crianza a
los niños. Pero siento tanta impotencia al pensar que, mientras ellos mantienen
ciega e inflexiblemente sus requisitos, hay tantos, tantos niños viviendo una
triste vida en un orfanatorio y tantos, tantos adultos que darían todo lo que
tienen por ofrecerles la oportunidad de vivir una infancia feliz, ofreciéndoles
cuidados, atención, guía y, sobre todo, mucho amor.
Conozco el feliz caso de un hombre de treinta y tantos, quien
contactó a una joven mujer embarazada y soltera que no podía/quería hacerse
cargo del bebé, y además necesitaba dinero. Se pusieron de acuerdo; él corrió
con todos los gastos médicos y cuando el niño nació, ella le cedió la custodia. Según
supe, cuando la madre cede la custodia del niño, el DIF (organismo federal mexicano a quien competen estos casos) no puede impedirlo y no
importa que la persona que recibe la custodia no esté casada ni cumpla los
requisitos de una adopción convencional.
El caso puede parecer cuestionable, pero a mi modo de ver
todos salieron ganando: la mujer salió de su apuro, el hombre cumplió su anhelo
de tener un hijo a quien ofrecerle educación y sustento, y el niño llegó a un
hogar en donde era esperado y amado desde antes de nacer, y ahora tiene la posibilidad de convertirse en un hombre de bien. Me consta que es muy
feliz y que su papá lo adora y daría la vida por él.
¿Cuántos casos felices como éste podría haber?
Pues como nuestro adorado tigre Pancho que es un padrazo.
ResponderBorrarGenial tu entrada cari.
Que curioso fijate que mi caso fue muy similar con la adopcion de mi nena. osea fue cosa directa con marcela, su madre. y pienso en donde abria caido Naidee en caso de que yo no hubiera dicho el si, pues tanto marce como canek, el padre, no tenian familiares. no me arrepiento.
ResponderBorraraunque si...ese regreso a clases, marca una pauta, que bueno, es vibratre y bonito a la vez jaja
te mando un besote