Con mucha
incredulidad leí este fin de semana acerca de la formación en el Pacífico de la
tormenta tropical Raymond, que amenazaba convertirse en huracán y descargar sus
precipitaciones en el estado de Guerrero (entre otros), que aún no se repone completamente
de los terribles embates de los fenómenos Manuel e Ingrid. No pude evitar
pensar: “Dios mío, ya dales tregua, dirige tus aguas a otras latitudes”.
Con tantas
noticias en prensa, radio y televisión, me he conmovido profundamente ante la
desgracia de tantos guerrerenses, quienes han perdido no sólo sus propiedades
sino también a sus seres queridos. Me inquietaba saber cómo estarían pasándola
unas personas muy queridas que viven en Zihuatanejo, con quienes hace tiempo
perdí el contacto, desafortunadamente, así que decidí averiguar a través de un
viejo amigo y hoy sé que afortunadamente todos ellos están bien.
En su
mensaje me puso al corriente sobre su familia, y mientras lo leía por mi mente
desfilaban hermosas imágenes de la bahía de Zihuatanejo; me transporté a esa
Navidad de hace ya casi 10 años, cuando visité por primera vez este paraíso.
Los recuerdos me pusieron tan nostálgico que tuve que salir de la oficina,
respirar un poco de aire fresco.
Después de
un largo viaje en autobús, llegué al atardecer del 24 de diciembre, mientras el
sol empezaba, renuente, a ocultarse. En el camino hacia la casa de la familia,
ubicada en lo alto del cerro de Los Romanceros (hoy Las Mesas), me fui
despojando de la chamarra, el suéter, la camisa… llegué sudando a mares y
agradeciendo la cerveza helada que me dieron. No lo podía creer, y la absoluta
incredulidad me hacía morir de la risa, pues para mí la Navidad era sinónimo de
frío porque en mi tierra siempre hace mucho frío en dicha época.
Han pasado
tantos años, pero no olvido cómo mis ojos se llenaron de tanto verde, de tantos
árboles, del azul inmenso del agua, y cómo casi me asfixiaba el calor y el
aroma a sal que provenía de la espectacular bahía que veía a mis pies. Estaba
feliz. Cómo disfruté el calor de la familia, que me acogió con tanto amor y con
tantas sonrisas como a uno más del clan: Doña Reyna, Valdo, Tita, Chayo, Wendy,
Kim… y los niños… Sael y Pelón ya son unos hombres hechos y derechos, el
primero ya es papá, no lo puedo creer. Enrique debe ser un jovencito.
Y el más
pequeño, mi Güero… a él lo conocí cuando tenía unos dos o tres años, y no sé a
quién le recordaría yo pero se encariñó mucho conmigo desde que me vio, y yo
también con él, cómo no hacerlo si era un dulce. Entre nosotros hubo una
conexión mágica de padre a hijo. En nuestros paseos a la playa, por las calles,
en los camiones, sólo quería que yo lo cargara. Y yo me sentía tan feliz,
complacido ante los comentarios de la gente desconocida, que me decía
sorprendida que cómo se parecía mi hijo a mí. Ojalá hubiera sido mi hijo.
La abuela
Luz ya se nos adelantó en el camino, pero deja una huella imborrable en sus
hijos y sus nietos; yo recordaré siempre su risa fuerte, musical que me daba
una gran paz y me hacía sentir que todo estaba bien, con la verdad en su cara
que reflejaba todas las alegrías y todos los dolores de una larga vida. Su casa
en lo alto del camino, con un árbol enorme, enorme a la entrada.
Volví
varias veces más, pero creo que no fue suficiente, sigo teniendo ganas de
admirar ese azul inmenso de la bahía, correr por sus playas, sumergirme en sus
aguas, sentir la caricia del sol, escuchar el habla de Zihuatanejo, con las “j”
muy suaves, con las “s” finales apenas pronunciadas. Deseo caminar por sus
calles del centro, pero también volver a visitar esa casa enclavada en el
cerro, dueña de una espectacular vista de la bahía.
Qué bueno
sería volver a levantarme temprano, antes de la salida del sol, e ir corriendo
a la playa para comprar pescado recién capturado en las redes de los
pescadores, llevarlo a las mujeres para que con sus manos sabias y mucho amor
lo conviertan en un manjar delicioso.
Cierro los ojos e ingenuamente quisiera volverlos
a mirar a todos ellos, así como los conocí, pero esto ya no es posible… han
pasado muchos años, han cambiado tantas cosas, todos somos personas diferentes
ahora. Pero en nuestros corazones somos los mismos; creo que cambia el exterior
pero no el interior, así que ojalá se me conceda pronto volver, a saludarlos a
todos, a recordar viejos tiempos, a disfrutar el paraíso indescriptible de
Zihuatanejo. No me acordaba lo mucho que significa para mí. Gracias a ti,
porque gracias a ti esto fue posible.
Fíjate Tinísimo que no conozco Zihuatanejo y me gustaría, triste lo que sucede con estos huracanes este año.
ResponderBorrarMe gustaría poder ir pronto, pero es complicado el acceso por tierra, pues pasar por Michoacán es peligroso y ahora por Acapulco poco viable y un tremendo rodeo.
Que bonita tu historia con el lúgar y con sus gentes.
Hola tinisimo soy yo de nuevo, no soy muy habil con las herramientas sociales, mi e mail es rgomez706@gmail.com mandame un e mail para comunicarme en privado
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