viernes, julio 03, 2009

¡Silencio!

Me interesa mucho formarme el hábito de meditar diariamente y poco a poco lograr aumentar el tiempo que dedico a esta actividad. Sé que todo se resume en una palabra: disciplina; y esto parece sencillo pero no lo es. No obstante, sé que lo lograré pues en el camino estoy.
Hasta ahora he estado practicando la meditación un día sí y otro no; siempre surge algún pretexto: estoy muy cansado, voy a ver TV un ratito, no me concentro, ya tengo sueño, mejor primero hago esto o lo otro, etc.
También me he dado cuenta de que hay que preparar el ambiente para que sea propicio, y pensando en esto hace unas semanas hice un experimento y me gustó mucho el resultado. Resulta que apagué todas las luces de la casa y también la televisión. Prendí dos o tres varitas de incienso y una minúscula vela que apenas dibujaba unas sombras en las paredes. Nada de música ni luces, sólo silencio. Si tan sólo hubiera podido apagar un momento la potente lámpara del alumbrado público, que está justo frente a mi casa...
Mi intención era meditar, y lo hice. Fue una de las ocasiones en que me concentré más profundamente y pude detener la normalmente inexorable cadena de pensamientos que nuestra mente alocada produce.

Reflexionando sobre esto, me pareció que sería muy bueno que todo el mundo probara hacer una sesión de silencio y oscuridad (apagando los aparatos electrónicos) cuando menos una vez por semana durante unos 15 minutos o media hora, o más, dependiendo de los resultados.

Me imagino que esto favorecería la convivencia entre los matrimonios, las familias, los amigos, pues creo que una buena conversación, sincera, profunda, interesada, puede surgir cuando estamos a oscuras y dejamos de escuchar el iPod, de mirar la televisión, de enviar mensajes o hablar por celular y de chatear en la computadora.
Simplemente cuando se va la luz, ¿no les ha sucedido que la plática de sobremesa se pone mucho más interesante y divertida? Les recomiendo hacer estos apagones programados y luego me cuentan sus observaciones.
Es cierto que los aparatos supramencionados nos hacen la vida más placentera y más cómoda, pero también es cierto que nos convierten en seres individualizados y encerrados en nosotros mismos. Observo a los pasajeros de un camión urbano o del metro, cual más cual menos, conectados a un iPod o un celular y desconectados de todo lo demás.
Pienso que no es necesario ni benéfico vivir esclavizados a estos aparatos, y que aprenderíamos mucho apagándolos de vez en cuando y ponernos a observar la naturaleza, a convivir con nuestros semejantes y a mirar hacia nuestro interior.

2 comentarios:

  1. Trataré de hacer algo semejante,
    pero me va a resultar muy difícil, mi mente es volátil, no la puedo controlar...
    ni siquiera en misa me podría concentrar, siempre estoy como niña chiquita volteándo para todos lados y siempre hay alguien que me dice que me quede quieta.

    Bueno, eso era antes, ahora ya me alejé de la iglesia, así que ya no tengo ese problema.
    Pero el de la concentración si, es muy difícil.

    Lo intentaré,
    saludos virtuales.

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  2. Me es sumamente interesante tu post y como en otras ocasiones, hechas a andar y rescatar detalles en mi mente de cuando niño era: al irse la luz a tempranas horas de la noche, no sabes cuanto disfrutaba porque mi madre y los vecinos a la calle salian a charlar y nosotros de niños a jugar y contar historias fantásticas. Que días.

    La dinámica que mencionas no la he hecho con el fin de "meditar" pero si, queriendome dar una pausa, un descanso. Quizas es lo mismo pero, no lo había enfocado en la meditación: he llegado a casa (la casa de ustedes) y arto de mil cosas me pongo cómodo y apago las luces. Trato de ver lo mas que se pueda con la luz que de la calle entra pero, asi acostado, descansando y poniendo en blanco mi mente. Disfrutando mi casa. Disfrutando el momento.

    Gracias por tu post amigo.

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