jueves, abril 28, 2011

La Sonrisa Triste de Macaria

Tendría unos catorce años cuando se enamoró de Juan, el galán de la colonia. Y se enamoró tanto que se dejó “robar” y de un día para otro simplemente dejó de ir a la escuela y se mudó a la casa de la mamá de él.
Fueron días muy difíciles, pues su suegra (a fuerzas) no la quería y se lo demostraba cada vez que podía. La regañaba por todo, le cortaba la luz; le robaba el aceite (aunque ella tenía botellas y más botellas en su alacena); le criticaba lo que hacía y lo que dejaba de hacer.
Macaria nada contestaba; solamente bajaba la mirada. Con una calma y un silencio impresionantes aguantó insultos, agravios, groserías, humillaciones. Por si fuera poco, los dos hermanos más pequeños de Juan le hacían travesuras, se burlaban de ella, le escondían sus cosas.
Seguramente no sabían cómo tratarla: si como a una niña un poco mayor que ellos, o como a una señora casada y sospechosamente barrigona. Al poco tiempo cesaron las travesuras y se fueron haciendo amigos de la recién llegada.
Su vida no era precisamente un sueño. El galán siguió enamorando jovencitas, mientras ella se quedaba sola, aguantando carencias y malos tratos; a su casa no podía ir, pues sus padres no le perdonaban haber huído.
También en silencio soportó unas golpizas, absurdas, brutales. Nada calmaba la furia de él; su madre sólo le gritaba que ya no siguiera golpeándola, pero nada más podía hacer. Los hermanos menores lloraban ante el triste espectáculo, horrorizados y sintiendo una terrible impotencia.
Una o dos veces el niño logró vencer el pánico y corrió a la casa de la esquina, la única que tenía teléfono, para pedirlo prestado y llamar a la policía. Sólo entonces se calmaba la furia ciega del energúmeno. Me preguntó por qué ella no huyó de ese infierno.
Macaria no tuvo fiesta de quince años, pero esa Navidad recibió como regalo una muñeca de carne y hueso a la que bautizó con un nombre de flor. Qué difícil debe haber sido dejar la infancia tan apresuradamente, al convertirse en una mamá que no tenía la menor idea de cómo criar a su hija.
El tiempo pasó... fueron llegando más bebés: dos varones y otras tres niñas, se casó por la iglesia, cesaron los golpes. También perdió a algunos miembros de su familia. Su suegra dejó de ser tan dura con ella, quizás se ablandó al darse cuenta de que Macaria jamás le devolvía sus groserías, jamas perdía la calma, ni la sonrisa triste, ni su silencio; que no rompió ni siquiera cuando supo que don Juan Tenorio tenía otra familia.
Ya con hijos casados y con varios nietos, Macaria empezó a trabajar. Su trabajo es duro: se va muy temprano y regresa ya tarde por la noche, pero ella no se queja, porque no cambiaría por nada su recién adquirida independencia económica, que le ha permitido comprarse una gran televisión, pagar su tratamiento dental y tener dinero para ayudar a sus hijos, aunque le digan que no trabaje tanto.
En sus ratos de descanso se pone a tejer, y la mayoría de los domingos va a ver al hijo que perdió su libertad. Siempre serena, siempre con una sonrisa... triste. ¿Qué cosas quieres decir con tu silencio y tu sonrisa triste, Macaria?

5 comentarios:

  1. Me imagine a Doña Macaria, muy buen relato,s in duda.

    Saludos

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  2. Lo mas triste de todo es que hay aun muchas Macarias, que cometen los mismos errores (y quien puede saberlo, cuando eres eres, eres tan inexperto).
    Macaria ha sufrido mucho, pero ahora creo que existe mucha paz y serenidad en ella.
    Muy buen post.
    saludos

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  3. hijole compadre, muy triste tu relato, pero a la vez tambien describe la triste realidad de miles de Macarias como dijo Maru.

    saludos.

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  4. Triste si pero, peor aun: el hecho de que deje de evitar en pensar que hay muchas Macarias.

    Espero poder mandarte el disco de danzon y esuqe, te traigo en la cabeza porque no he podido amigo (de verdad).


    Abrazos!

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  5. Yo quisiera saber que quiere decir con su sonrisa y su silencio.

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